La economía del cepo se queda sin instrumentos

Buena parte de la discusión económica en la Argentina transcurre polemizando acerca de eventuales medidas para aplicar desde fin de año, todas en general definidas con alguna imprecisión ya que nadie está dispuesto a develar detalles que, particularmente en cuestiones monetarias, cambiarias y fiscales, de ser conocidos podrían generar comportamientos y/o arbitrajes que debiliten la potencia del instrumento. Deberíamos probablemente dedicar mucho más tiempo al análisis de las políticas e instrumentos que se están aplicando en este momento de transición, y lo que hemos observado en los últimos años (no solo en la gestión de Massa, sino en los últimos 8 años, o mejor en los últimos 80 años) para aprender al menos de aquello que no da buenos resultados y también evaluar lo que alguna vez funcionó para estabilizar y crecer, aquí y en otras partes del mundo. No se trata solo de historia económica argentina y comparada, sino de evitar caer nuevamente, en 2024, en políticas e instrumentos que agraven el presente y hagan más difícil encontrar un pasaje no traumático por el agujero de gusano al que solemos acercarnos.

El desempeño del país diverge del que caracteriza a la mayoría de los emergentes por razones que explicarían el fracaso de cualquiera que quisiera intentar un sendero similar. La Argentina es una economía cerrada que empezó su aislamiento en la década del ’30 y lo fue consolidando a partir del aislamiento político durante y tras finalizar la segunda guerra con el intento de diferenciarse de Occidente. Como país de tamaño medio, el resultado no podía ser sino una pérdida progresiva de productividad y competitividad. Ello se combinó con persistentes desequilibrios fiscales que se resolvieron, primero, vía un drástico aumento de la presión impositiva, el uso y agotamiento de diversos stocks y, finalmente, con financiamiento inflacionario. Todo ello sentó las bases de una economía dual con creciente informalidad y productividad declinante.

Los intentos por estabilizar y salir del aislamiento fueron breves –con la excepción del periodo de Convertibilidad-, terminando siempre en forma abrupta con fogonazos de raíz fiscal y licuaciones reiteradas de creciente virulencia, empezando por crisis macroeconómicas que se calificarían de “moderadas” bajo los cánones actuales (1948, y hasta la de 1959), para llegar a las de carácter extremo con el paso del tiempo (1975, 1990, 2002).

Vale la pena destacar que, en casi todos los prolegómenos de crisis, hubo intentos muy primitivos por ocultar por un tiempo los problemas con controles de precios, salarios, cantidades, empleo, importaciones y exportaciones. El primer peronismo (1943-55) introdujo toda la batería de instrumentos de control que se usaban en una economía de guerra y en la posguerra, desde congelamiento de alquileres, a los precios máximos, la determinación centralizada de salarios, la burocratización y estatización de los sindicatos, los dobles tipos de cambio –las brechas llegaron al 400%-, la represión sobre el agro, etc. Con escasas alternativas, la represión de los mercados fue una característica que adoptaron los gobiernos militares –que caracterizaron buena parte del periodo de 1955 a 1983- y los civiles, que “aprendieron” en la escuela de la represión permanente. Muchos feudos provinciales viven aún en el mundo jurásico de la dádiva con represión, y desde allí tratan de borrar cualquier vestigio de república y libertad política y económica.

La economía del cepo que caracteriza la actual gestión económica de los Fernández-Massa (y la de CFK entre 2011 y 2015) no es más que una nueva instancia de una economía con represión financiera y de precios un poco más sofisticada -por el cambio tecnológico- de lo que se vio en  los ’50, los ’60 y particularmente en 1972-75.

¿Qué es lo que ha propuesto la actual gestión de los Fernández-Massa a lo largo del último año sino un escape hacia adelante en la economía del cepo? Los lineamientos del programa actual se basan en pocas premisas: a) el gasto primario debe sostenerse –o aumentar de ser posible- en proporción al PBI y en términos reales, b) financiar déficits con mayor presión tributaria y -a falta de financiamiento voluntario-, hacerlo con emisión y adelantando recursos del futuro próximo, c) rolear los vencimientos con el FMI, de modo de no explicitar un nuevo default, d) la economía del cepo ordena todo lo demás.

Las hipótesis dejan indeterminado el nivel de inflación, el tipo de cambio, las brechas, el nivel de actividad, etc., y requieren una cantidad importante de represión sobre el sistema de precios y otras variables (financiamiento obligatorio de importaciones, restricciones sobre cantidades) para evitar la explosión en precios, defaults o la implosión del nivel de actividad. Pero la represión puede no ser suficiente: las mismas premisas pueden no cumplirse (el gasto real puede caer en lugar de subir si la inflación se acelera demasiado). Los mini-programas que se anuncian cada dos meses (semanas) repiten mecanismos de congelamiento temporario, desplazan todo el financiamiento en pesos hacia el Tesoro, exigen más financiamiento de importaciones compulsivo, adelantan recursos de los próximos meses y “cierran” con más inflación, mayor brecha, mayor déficit, mayor emisión, menor nivel de actividad, mayor endeudamiento del Tesoro y del Banco Central. Y como el objetivo se aleja y no llega a cumplirse, todo vuelve a empezar en una ronda con mayor aceleración generalizada.

¿Es posible prolongar este programa otros 4 años de una eventual reelección de la actual gestión política? Un cambio de régimen obligaría a rechazar simultáneamente las primeras dos premisas del programa, y lograr por algún mecanismo –sea por vía de una explosión o por un ajuste programado- la eliminación del déficit fiscal y el restablecimiento del sistema monetario (la demanda de pesos). Por lo tanto, más de lo mismo no está disponible. Y el ordenamiento macro-fiscal es solo el comienzo de un cambio de régimen. Sería bueno que todos los candidatos repasen un poco de historia para mejorar el debate y evitar que alguien quiera vender gato por liebre, y termine repitiendo el programa que nos arrastra hacia abajo.


Juan Luis Bour

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