Quo Vadis Argentina

Tras la primera vuelta electoral surge un escenario en el que resulta más fácil proyectar el muy corto plazo que el mediano plazo, con mucha más incertidumbre que la habitual en cuanto a lo que el futuro puede deparar. El muy largo plazo –digamos la Argentina en 50 o 100 años- es otra historia, pues siempre la Argentina será el país de las oportunidades dada su configuración de recursos, pero ese muy largo plazo parece hoy una cuarta dimensión en un futuro distópico: una habitación de nuestra casa a la que no podemos entrar (recuerdo de Interstellar, la película de ciencia ficción de Christopher Nolan).

El corto plazo es verdaderamente muy corto, digamos las no reglas de la discrecionalidad 30 a 40 días, en el que las reglas –o, si se quiere, las no-reglas que caracterizan a la actual Administración- están escritas. Aparte de la eventual sorpresa electoral, no hay sorpresas económicas. Veremos diversas rondas de represión sobre los mercados, junto con una administración discrecional de las muy escasas reservas por parte de las autoridades para evitar algún episodio que revele con mayor crudeza aún la magnitud de las diversas crisis que se enfrentan en el plano fiscal, monetario y social. Nada nuevo bajo una concepción que privilegia el concepto de que todo desequilibrio se arregla poniendo plata. Es decir, que acepta que las reglas de funcionamiento macro y microeconómicas podrían ser inadecuadas pero que todo se arregla, se “contiene”, en la medida que haya suficientes recursos para poner sobre la mesa y suficiente represión como para impedir que los agentes económicos puedan escapar del corralito en que vivimos.

Porque la Argentina ha instalado un corralito desde hace tiempo, por la vía del control de cambios, el cepo y la pérdida de activos que podían darle una salida a quien quisiera escaparse. De aquí solo puede salir quien tenga el salvoconducto emitido por la autoridad correspondiente. Y el costo del salvoconducto es cada vez más elevado: la brecha entre el popular dólar blue y el tipo de cambio minorista pasó de promediar 82% en vez de “muchos”, poner
para los no elegidos diciembre pasado a 157% durante este mes de octubre. Y para muchos, el costo de importar algún bien o servicio pasó de pagarse a un tipo de cambio de $173 por dólar en diciembre pasado a un promedio de $915 por dólar en octubre, un aumento de 429%. El corralito, sin embargo, es más complejo, pues implica que el horizonte se está cerrando, que atravesar el camino del presente al futuro implica que, en algún momento, deberemos atravesar un puente colgante que nos obliga a “tirar carga” para llegar al otro lado. La carga por tirar es parte de nuestros activos, una buena parte quizás. Una elevada tasa de inflación es la que hace el trabajo de “tirar la carga” en un escenario de gran desorden, porque la mayoría de la población pierde activos para que una parte de los agentes económicos –el Estado (el gobierno federal, el Banco Central, las empresas y entes quebrados, provincias y municipios), las empresas privadas más endeudadas y los insolventes- puedan llegar también al otro lado del puente.

Las redistribuciones que se generan a través de fogonazos inflacionarios pueden ser rápidas, pero el impacto puede durar mucho tiempo. Quizás podríamos decir que la mala experiencia macroeconómica de la Argentina está asociada a que está periódicamente tomando su propia medicina: todos los desequilibrios se resuelven cada tantos años –digamos, para simplificar, cada diez años desde 1943 a la fecha- a través de un episodio de “borrón y cuenta nueva”, a veces más traumático, otras veces más disimulado, pero siempre dejando un tendal de victimas con poco aliento para protestar –los jubilados, en particular, como si los verdugos espartanos encarnados por el ministro de economía de turno se ensañaran con una porción descartable de la sociedad-.

La opacidad de las propuestas de cara a 2024 es una característica de ambas alternativas que se presentan en las próximas elecciones, cada una justificada en razones que pueden resultar muy atendibles en el plano político, ya que ambas apuestan a la sorpresa el día después y fundamentalmente a no perder chances electorales. En eso la elección parece más bien una lotería en la cual se elige una chance de cambio frente al presente, desconociendo casi por completo la “musculatura” técnica y política que puede haber detrás. Por supuesto que hay diferencias, en particular porque algunos anuncios técnicos del oficialismo –llegar a un superávit primario de 1% del PBI en 2023, tras un déficit en la punta de 2023 superior al 4% del PBI, a través de renuncias voluntarias de las provincias de sus regímenes de privilegio- suenan desopilantes. La dolarización, por su parte, parece un tema para olvidar según establece el célebre “teorema de Baglini”.

La opacidad no es gratis, tal como no lo es la ausencia de programas, ya que quien asuma en diciembre no tendrá tiempo para evaluar alternativas desde cero, sino que deberá buscar las alianzas para aprobar un cambio de reglas que, más que sorpresas, generen confianza. La prima de riesgo argentino –y no solo la tasa que mide JP Morgan- aumentará antes de bajar, y durante todo ese tiempo, que ya está corriendo, la economía se resiente y las condiciones de vida se deterioran. No hay margen para mantener una sistemática política de negación de la realidad y de procrastinar cambios, tal como viene haciendo el actual ministro-presidente desde agosto del año pasado. Al menos no los habrá desde el 10 de diciembre –o, mejor dicho, desde el 21 de noviembre-, pues allí mismo será necesario definir el programa de estabilización si quien gana es el mismo que hoy está en ejercicio.

En el escenario más probable de ajustes que son necesarios para detenerse antes del colapso, la tasa de inflación interanual deberá aumentar en casi cualquier programa y por algún tiempo por encima del 250% a partir de febrero de 2024. Eso puede parecer lejos de una hiper, pero no deja de producir estragos que pueden ser el inicio de una necesaria corrección, o el camino hacia un mayor descontrol. Si la Argentina no corrige en el primer trimestre de 2024 –para lo cual debe iniciar cuanto antes los cambios- entonces el futuro adoptará las caras del pasado. ¿Adónde va la Argentina? Por estos caminos que transitamos, no vamos a ninguna parte.


Juan Luis Bour

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