El ministro-presidente incendiario

Demasiado enfocados en el corto plazo, se nos escapa el hecho de que estamos inmersos en una de las tantas “décadas perdidas” desde fines de los años ‘30 a la fecha inducidas por el populismo argentino, mezcla vernácula de añejos populismos del sur de Europa, del caudillismo –muchas veces de origen militar- latinoamericano y de nuestros propios caudillejos provinciales. Los historiadores tienen terreno fértil para analizar, y quizás estamos en el tercer gran ciclo de decadencia de más de una década de duración iniciado cerca de 2002, precedido por los ciclos iniciados a mediados de los años 40 y a comienzos de los ’70. El resultado en términos de bajo crecimiento, informalidad, inflación y pobreza es solo un aspecto del deterioro, que tiene otras dimensiones que marcan el descenso a los infiernos.

Hace poco menos de 200 años, en 1841, se publicó el cuento corto de Edgar Allan Poe “Un descenso en el Maelstrom” que relata el descenso de un pescador hacia el vórtice de un remolino que parece ilustrar una caída infinita que, sin embargo, tiene un fondo. El espectáculo aterrador consume todas las energías, como un incendio. Una metáfora del camino que estamos recorriendo en el plano social y económico que, por el momento, parece encontrarnos en la parte superior a media del remolino: todavía falta bastante para llegar al fondo. La cuestión es que no todos podrán salir con vida de la próxima etapa de caída.

En estos últimos meses de su gestión, el ministro-presidente que ha tomado las riendas del Poder Ejecutivo desde el voluntario ostracismo del binomio presidencial, está completando el proceso de destrucción de las instituciones económicas –podría agregarse, sociales y políticas- que incluye vaciar los stocks disponibles (reservas, stocks de granos), apropiarse de flujos futuros (anticipando impuestos, forzando el financiamiento privado, incrementando pasivos) y extremar la insolvencia al aumentar el gasto y vaciar en todo lo que se pueda los recursos de las próximas administraciones. Un incendio programado que, probablemente, planea mirar desde afuera del gobierno.

¿Por qué resulta relevante la figura del Maelstrom de Edgar Poe? Porque aún no tenemos la visión del fondo del vórtice, que incluye el impacto efectivo de las medidas económicas que se han ido anunciando, que todavía resta esperar su impacto en la calle en muchos casos, y porque la insolvencia crece a diario con la política coordinada del Ministerio de Economia y el Banco Central de preparar un escenario perfecto de huida del peso. La corrida ya se inició y, sin embargo, aún faltan algunas decisiones que pueden complicar el panorama. En particular, en octubre se deben completar pagos de deuda, cuyo cumplimiento es esencial para evitar un colapso más rápido y un condicionamiento aun mayor de la nueva administración que deba hacerse cargo el próximo 10 de diciembre. Para dar una pista, el ministro-presidente solicitó al FMI postergarle pagos por 2627 millones de dólares hasta fines de octubre. Otros 800 millones vencen el 1 de noviembre, de modo que –de pagar, evitando el default- para dicha fecha las reservas brutas probablemente estarían cerca de los 22 mil millones de dólares, un nivel extremadamente bajo que no se registra desde comienzos de 2006, tras el pago al Fondo decidido por Néstor Kirchner.

El cuarto trimestre de 2023 dejará unos números extremos en materia fiscal, de reservas, deuda, riesgo país, inflación, informalidad, salarios reales, pobreza e indigencia que son, sin embargo, solo el comienzo de la visión del iceberg al que nos enfrentamos. Parte del témpano, en efecto, solo se irá descubriendo a lo largo del primer semestre de 2024, y a menos que quien asuma tenga claro que la punta del año es mucho peor que el promedio, puede equivocar los remedios y la dosis por aplicar.

Lo anterior es relevante para distinguir el mix correcto de políticas (si es que se puede hablar de visión “correcta” estando en un pequeño barco en el medio de una tormenta oceánica o en el medio del Maelstrom de Poe). No basta una buena cosecha (un poco más de soja), un poco más de litio y petróleo, y una recesión que –junto con la devaluación del peso- disminuya la demanda de dólares de importación. El esfuerzo debe hacerse para ordenar permanentemente –y no con parches y contando con la buena suerte- las cuentas públicas, reconstruir las reservas del Banco Central (ya sea que se pretenda un sistema financiero normal o dolarizar), restablecer la normalidad en el funcionamiento de la deuda comercial y financiera de las empresas, abrir la economía y desregular mercados para ganar productividad no solo con devaluaciones.

Muchos empresarios de mirada corta prefieren apostar a las soluciones fáciles: exportar un poco más, mantener el cepo mientras no los perjudique, dejar el resto del mundo macro y microeconómico como está para no exacerbar conflictos. En ello formulan una hipótesis que está oculta en su razonamiento, y es que asumen que manteniendo las reglas actuales de desorden macro y microeconómico pero con pequeños retoques y un poco de suerte, el mundo será estable y ellos podrán sobrevivir.

La mala noticia es que la única forma de sobrevivir en un mundo que persiste en recorrer el remolino de Edgar Allan Poe es la de atarse a un barril –como el personaje del cuento- que, en este caso, es atarse al barril de la corrupción que les permitirá eventualmente sortear los momentos más difíciles. Quizás no han leído el cuento de Poe. El relator parece un anciano, pero no lo es en realidad: “no hizo falta más que un día para transformar mis cabellos negros en canas, debilitar mis miembros y destrozar mis nervios”. En el fondo, y tras el Maelstrom, todos son despojos humanos.


Juan Luis Bour

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