Barriendo debajo de la alfombra

Entre julio y noviembre, el gasto primario cayó 6% en términos reales, lo que indica un contraste respecto del fuerte aumento ocurrido en el primer semestre del año que, a su vez, generó la necesidad de cambios, tanto de ministros como de estrategia económica para poder sostener el programa con el Fondo y evitar un colapso macroeconómico.

Las principales variantes de política fueron la postergación de pagos –básicamente de subsidios a la energía-, el uso de contabilidad creativa para registrar el ingreso de DEGs como recursos del Tesoro (1180 millones de USD en diciembre), la utilización al máximo de los límites sobre deuda flotante y la devaluación del peso en forma temporaria (dólar soja) para corregir el esquema que frena las exportaciones del complejo sojero.

Otro factor que, sin embargo, contribuyó en forma significativa para reducir el gasto real fue la aceleración inflacionaria del segundo semestre que permitió financiarse con una baja real del gasto en jubilaciones de más de 6% anual desde agosto en adelante. Desde octubre también comenzó a caer el gasto real en salarios públicos. Mientras la inflación sube, el gasto real va por detrás, pero si la inflación desacelera –aunque sea transitoriamente- las cosas cambian: eso es lo que está ocurriendo en el último bimestre del año.

Efectivamente, una forma de verlo es considerando la evolución del gasto en dólares. A pesar de su caída en términos reales, en el segundo semestre el gasto primario en dólares creció 19% anual en los últimos 3 meses y al 36% anual en los últimos 12 meses, alcanzando un acumulado de 169.3 miles de millones de dólares en este último período (se trata solo del gasto del sector público no financiero). Los picos previos del gasto primario en dólares se habían dado a fines de 2015 (casi USD 198 mil millones en 12 meses) y a mediados de 2017 (USD 187 mil millones). En términos del PBI, el gasto primario promedio de los últimos 6 meses del año se acerca al 36%, un nivel habitual para el segundo semestre desde 2020, pero récord respecto de cualquier nivel previo. Como referencia, en la segunda mitad de 2015 ese porcentaje era del 31%. Si la estrategia mágica del ministro llegara a incluir un freno a la depreciación del peso durante 2023 –típico movimiento preelectoral- podríamos llegar a tener en este año un récord de gasto primario en dólares y en términos del PBI.

Esta estrategia de esconder los desequilibrios fiscales sería especialmente grave en un año 2023 en que podríamos enfrentar una caída apreciable de las exportaciones primarias y agroindustriales, si se confirman nuevas estimaciones a la baja de la producción agropecuaria como consecuencia de la sequía. Se estaría –en particular- expandiendo la demanda de no transables (gasto público) en momentos que se contrae la oferta agregada, no solo por la sequía sino por la propia política económica que pretende asignar en forma administrativa los escasos dólares disponibles.

El país está aún lejos de haber corregido el “rumbo de colisión” al que nos enfrentábamos en junio y julio, cuando todos nos asustamos de la aceleración del proceso de descomposición. El acompañamiento del Fondo Monetario será cada vez más débil, pues desde el primer trimestre de 2023 los pagos que debemos realizar superan con holgura los desembolsos que se recibirán (el déficit del año está en el orden de los 2 mil millones de dólares). Sin auxilio relevante del resto de multilaterales, la Argentina deberá enfrentar –y probablemente lo haga en forma rápida y por causas que siempre se pueden considerar fortuitas- el costo de barrer eternamente sus problemas bajo la alfombra.


Juan Luis Bour

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