El sector agropecuario argentino: perspectivas 2023

Las perspectivas de la producción agrícola y de las exportaciones agroindustriales de la Argentina para 2023 se presentan negativas por los efectos de una persistente sequía y por un mercado internacional con precios muy volátiles debido a una incipiente recesión, caída de la demanda de China y fortalecimiento del dólar. Más allá de este “mal” año, nuestro país debe preocuparse por el desarrollo sectorial de mediano plazo si tiene por objetivo ser “líder mundial en producción agrobioindustrial sostenible”.


Hace un mes se reseñaba desde esta sección lo ocurrido durante setiembre, cuando las exportaciones de soja ayudaron a sortear una crítica situación de falta de divisas. A la vez, también se indicaba que, en el mediano plazo, los productores agropecuarios argentinos seguirían enfrentando un futuro incierto, afectado por la inestabilidad macro y por una elevada carga tributaria. Esa situación, observada desde el resto del mundo, ha contribuido a generar una imagen de bajo crecimiento de la oferta de alimentos de la Argentina para la próxima década. En contraste con esa imagen, nuestro país es, junto con Brasil, uno de los mayores exportadores netos de alimentos hacia el mundo (en 2021, nuestras exportaciones netas de alimentos alcanzaron un valor de USD 45 143 millones).

En el marco de la grave crisis macroeconómica que transita la Argentina, el buen desempeño del sector agropecuario resulta imprescindible desde varios puntos de vista. En el mercado interno, el sector abastece la mayoría de los alimentos que se consumen, facilitando el acceso de la población aún en este contexto de alta inflación. A la vez, la actividad agropecuaria es la base del crecimiento regional y de los ingresos de las ciudades medianas y pequeñas del interior del país. En términos del comercio internacional, este sector sigue siendo el de mayor peso en la generación de exportaciones, convirtiendo a la Argentina en un “global trader” y asegurando un piso de ingresos de divisas que dan viabilidad a las importaciones, el pago de deudas y la acumulación de reservas en el BCRA. Estos roles tradicionales del sector agroindustrial pueden alterarse en el corto plazo por varios factores como razones climáticas, variaciones de los precios internacionales y de las demandas de los principales clientes y, también, por factores de la política local.

En la evaluación del escenario agropecuario para la Argentina en 2023, y pese a la necesidad de contar con un buen año agropecuario para paliar la crisis, varios de los factores mencionados se presentan adversos al desarrollo de la campaña agrícola y al crecimiento agroindustrial.

El primer factor con efecto negativo que cabe señalar es de orden climático. La permanencia de la sequía, debido a la influencia del patrón climático ENSO del Pacífico ecuatorial, en una fase de enfriamiento por tercer año consecutivo (La Niña) se ha prolongado, aunque podría morigerar sus efectos hacia marzo-abril del año próximo.

Dentro del patrón de producción de nuestro país, el trigo es uno de los principales cultivos, abasteciendo al mercado interno y con un saldo exportador relevante en términos de aporte de divisas, que en 2022 rondó los USD 3740 millones. Para la campaña 2022-23, el impacto de la sequía en este cereal ha sido muy importante afectando al total del área sembrada. En este momento, en plena cosecha, los analistas estiman importantes pérdidas que llevarían los rindes a menos de 27 qq/ha. entre un 10 y un 15% por debajo de una cosecha estándar. Se anticipa, así, que la cosecha de trigo rondaría los 15 millones de toneladas, muy lejos de la campaña récord 2021-22, de 23 millones de toneladas. Restando el consumo interno de alrededor de 6 millones de toneladas, el remanente iría a la exportación, contando así con un saldo que resulta un poco más de la mitad del correspondiente a la campaña anterior. La pérdida estimada podría rondar los USD 2500 millones, evaluando la diferencia a los precios internacionales actuales.

Por su parte, la siembra de la cosecha gruesa se encuentra alarmantemente retrasada por la situación de sequía. En el caso del maíz, la próxima campaña se presentaba con una intención de siembra récord de 6,6 millones de has. El retraso en la implantación hace que los productores se vuelquen hacia la variedad de maíz de siembra tardía, lo que podría redundar en un atraso de cosecha en los meses de marzo y abril. En cambio, para la soja se espera un aumento en la superficie sembrada que revertiría la declinación de las últimas 7 campañas. Las condiciones climáticas secas favorecen este cultivo, que es más seguro en resultados y la siembra se estima actualmente en 16,8 M ha. (aproximadamente 47 millones de toneladas de producción). En el resto del mundo, Brasil y los Estados Unidos tendrán cosechas de soja muy importantes. En el caso de Brasil (primer productor mundial), el clima ha sido favorable hasta el momento para este cultivo y se anticipa un fuerte aumento de la producción de 125 a 152 millones de toneladas.

También se realiza en este último trimestre del año la siembra de girasol. Mientras se esperaba que la superficie sembrada aumentara significativamente hasta 2,2 millones de has., la situación de falta de humedad en los suelos en el sur de la Provincia de Buenos Aires está poniendo en riesgo este objetivo.

Las perspectivas productivas para la próxima campaña agrícola, por lo tanto, dan paso al pesimismo. Los buenos resultados, en volumen, de la actual campaña estarán ausentes. En términos económicos, los ingresos de esta campaña han sido afectados por un tipo de cambio real bajo al que se sumó el mantenimiento de derechos de exportación para la soja, el girasol, el trigo y el maíz y la gran mayoría de sus subproductos. En el caso del trigo y el maíz, también se mantuvieron permisos de exportación contingentes a la evaluación de la Secretaría de Agricultura para asegurar el abastecimiento interno.

Como se ha mencionado ya, la última intervención de las autoridades económicas en el mercado agroindustrial fue a través del incentivo del dólar-soja para adelantar las ventas de poroto con destino a la exportación y a la industria. El objetivo era la acumulación de reservas de divisas en el BCRA. Esta intervención permitió acumular reservas por casi USD5000 millones en setiembre y el embarque de esta mercadería (poroto y subproductos) ha ocurrido mayormente en octubre. Esto explica que, durante setiembre, el volumen de las exportaciones del complejo agroindustrial haya caído un -16,4% en el caso de los productos primarios y un -23,1% en el caso de las manufacturas de origen agropecuario con respecto a setiembre de 2021, pese a la mayor comercialización de la soja. Los aumentos de precios que aún se registran con respecto al año anterior no llegaron a compensar la caída de volumen, y el valor total exportado también cayó.

Otro factor que operaría negativamente en el próximo año es el de la variabilidad de los precios internacionales. Los precios de los principales productos que exporta la Argentina (trigo, maíz, soja, girasol y sus subproductos) todavía se encuentran por encima de los del año anterior entre un 10 y un 35%, según el producto. Los pronósticos internacionales sugieren que se mantendrían por encima de su tendencia hasta 2024. Sin embargo, hay algunos aspectos que determinan una mayor variabilidad de los precios y, también, algunas posibles reducciones (ver Gráfico 1).

Gráfico 1

Fuente: FIEL en base a datos World Bank

Entre ellos se encuentra una proyección de producción a nivel mundial apenas inferior a los buenos resultados de la campaña 2021-22, con un aumento significativo en la producción de soja; la perspectiva de una recesión internacional; el aumento del valor del dólar estadounidense y el menor crecimiento de China. En el caso del trigo, el impacto de la invasión de Rusia a Ucrania (ambos países son principales productores-exportadores de este cereal) hizo subir los precios internacionales en 2022, pero esa tendencia se contuvo a partir de la apertura de un corredor seguro para la salida del cereal en el Mar Negro. A la vez, el menor crecimiento de China y el fortalecimiento de la cotización del dólar, que resta poder de compra a otras monedas e incentiva a buscar refugio financiero en activos seguros, tienden a contraer los precios al reducir la previsión de demanda efectiva y las operaciones en los mercados de futuros por parte de los fondos de inversión. En el caso del girasol, los precios han caído un 20% con respecto a los del año pasado al momento de la siembra, luego de presentar un pico en junio por la influencia de la crisis ucraniana, dado que Ucrania y Rusia son exportadores principales del aceite de girasol, seguidos por Argentina y Turquía.

En el mercado ganadero, cuyo destino principal es el mercado interno, el negocio de cría todavía mantiene precios por encima de los del año anterior en valores constantes, pero el negocio de invernada tuvo un importante descenso debido a la tendencia de la demanda interna hacia un menor consumo y al derrumbe de los precios de exportación de productos con destino a China. En el mercado local, los precios de la hacienda para consumo cayeron en términos reales desde mayo y se encuentran hoy en valores equivalentes a los de hace un año. En el caso de las exportaciones, en 2023, según los pronósticos del Depto. de Agricultura de los Estados Unidos, nuestro país retrocedería en volumen exportado de carne vacuna, mientras Brasil seguiría aumentando el volumen de todas sus carnes de exportación (vacuna, aviar, porcina).

Hasta aquí, la realidad agroindustrial argentina y sus perspectivas para 2023 muestran un panorama de gran incertidumbre tanto por factores externos (clima y mercados internacionales) como por la inestabilidad macroeconómica de nuestro país que afecta al sector directamente por la imposición de regulaciones e impuestos distorsivos como, indirectamente, por el desempeño de los mercados, los costos crecientes de los insumos y las alteraciones del consumo bajo un régimen de alta inflación. El sesgo contrario al sector de la política de corto plazo contrasta con los objetivos declarados de las autoridades de la actual Secretaría de Agricultura de una “Argentina, líder mundial en producción agrobioindustrial sostenible”. Este objetivo surge de una reciente acción público-privada de consensos en torno a las necesidades de una política de largo plazo sectorial. Este objetivo no hace más que reconocer la importancia que tiene nuestro país, históricamente, como productor y exportador de alimentos. Como ejemplo, en el Cuadro 1 se muestra el ranking mundial de producción del trigo, maíz y soja. Brasil, China y, en menor medida, Argentina se encuentran entre los países que han aumentado su participación dentro de una producción creciente de estos alimentos básicos.

Cuadro 1

Como se ha reseñado hasta aquí, el rol de nuestro país como productor agroindustrial competitivo internacionalmente sigue siendo muy importante, aunque hemos ido perdiendo posiciones como abastecedor mundial frente, por ejemplo, a nuestro socio en el Mercosur, el Brasil. Nuestro desempeño reciente ha hecho dudar al resto del mundo sobre nuestra capacidad de seguir operando como un proveedor confiable y con una oferta creciente en el mediano plazo. Una recomendación bien conocida de la política económica para los países en desarrollo que tienen una amplia participación de los recursos naturales en su base productiva y que enfrentan la volatilidad de los mercados internacionales es la de operar acumulando reservas de divisas en los ciclos “buenos” para poder mantener los incentivos sectoriales en un nivel aceptable en los ciclos “malos”.  Esta política ha estado ausente de nuestro país donde, además, los sesgos contrarios al funcionamiento del sector comienzan a erosionar su potencial de mediano plazo. En síntesis, las perspectivas de 2023 no se presentan favorables al sector y podrían generar aún más complicaciones en el marco de una crisis macroeconómica no resuelta. Desde el punto de vista del sector, al mal año se suma la necesidad de corrección de las políticas de mediano plazo que serán la clave para mejorar el impulso de inversión y adopción de tecnología que preserve nuestro lugar en los mercados mundiales.


Marcela Cristini y Guillermo Bermúdez

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