Los “climas” del campo: sequía y mayor riesgo de negocios

Pese a los elevados precios internacionales de los productos agrícolas, el escenario de la política económica local lleva a un aumento de los riesgos sectoriales que, sumados a la persistente sequía, limitarán el desarrollo del potencial sectorial nuevamente en la campaña 2022/23, que se inicia.


En el comienzo de la campaña 22/23, el sector agrícola de la Argentina sigue enfrentando un clima de alta incertidumbre ante la política económica sectorial y general. Además, se mantiene un clima político hostil que atribuye al sector una parte de responsabilidad por la falta de reservas en el Banco Central y por el aumento del precio local de los alimentos. No resulta extraño, entonces, que en las últimas tres campañas la foto de la producción agrícola parezca haberse congelado en torno a los 140 millones de toneladas de producción (ver Gráfico 1).

Gráfico 1

Fuente: FIEL con base en datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca

Recién finalizada la siembra de trigo de la campaña 22/23, se estima una reducción de casi un 10% en el área sembrada. En la campaña 21/22, la cosecha fue de 22,1 millones de toneladas, logrando un completo abastecimiento del mercado interno y un aumento del volumen exportado del 35%. En el caso del girasol, la siembra de la campaña que inicia sería de unos 2,2 millones de has., con un incremento del 10% con respecto a la superficie de la campaña 2021/22. Para el maíz, las primeras estimaciones indican una intención de siembra similar o apenas menor a la de la campaña pasada. El maíz destaca por el volumen directo exportado entre 35 y 40 millones de toneladas anuales. En contraste, las cosechas de girasol y soja son procesadas internamente casi en su totalidad para exportar aceites y harinas cuyos precios han sido los más favorecidos en el mercado internacional (ver Gráfico 2).

Otro aspecto que se destaca en el comportamiento sectorial es una menor proporción del cultivo de soja frente al maíz, tendencia que viene confirmándose en las últimas tres campañas agrícolas. La mayor presión impositiva sobre la soja y sus productos derivados (33% de derechos de exportación en poroto y 31% en subproductos vs. 12% en maíz) junto con una mejora en la tecnología de siembra tardía de maíz, han llevado a este cambio de patrón productivo. Del mismo modo, entre 2007 y 2014, el efecto de los derechos de exportación y la mayor intervención en el mercado interno de cereales había dado el resultado contrario, produciendo una “sojización” del agro local.

Gráfico 2

Fuente: FIEL con base en datos del Fondo Monetario Internacional

Como se observa en el Gráfico 2, varios de los precios internacionales de estos productos (aceites y soja, por ejemplo) han escalado a posiciones aún más elevadas que las registradas en el período 2007-2012, súper-ciclo de las commodities. Diversos factores explican este resultado, comenzando por las consecuencias de la invasión de la Federación Rusa a Ucrania, pero también debido a problemas climáticos extremos, aumento en los precios de la energía y aumento en los costos de transporte. Los analistas internacionales anticipan que el pico de precios que se ha registrado en 2022 podría ceder en 2023 debido a las respuestas en la oferta, aunque la prolongación del conflicto en Ucrania sigue generando una importante incertidumbre.

En nuestro país, como consecuencia del atraso cambiario, los márgenes de todos los productos exportables, y en particular los del agro, tienden a reducirse por el aumento de los costos de los servicios, generalmente indexados al ritmo del índice de precios al consumidor y por el aumento de los insumos importados o sustitutos de los importados que se indexan de acuerdo con las expectativas devaluatorias. 

Desde el sector se ha documentado que una eliminación paulatina de los derechos de exportación redundaría en un nuevo aumento de la producción cercano al 20%, tanto por aumento de la productividad por hectárea como por la incorporación de tierras de aptitud agrícola que se encuentran más lejos de los puertos y áreas de procesamiento.

Por su parte, las nuevas autoridades económicas buscan modificar la relación entre gobierno y sector analizando alternativas de beneficios cambiarios específicos, ya que han declarado que no son partidarios de una devaluación general debido a los efectos que podría tener en la incidencia de la pobreza. Del mismo modo, la situación fiscal hace dependiente al gobierno de los ingresos por derechos de exportación, impuestos que los productores reclaman se vayan eliminando paulatinamente. En esa encrucijada es muy difícil encontrar los instrumentos para destrabar el crecimiento agropecuario. Este crecimiento depende de márgenes que se han ido estrechando debido al aumento de los precios de los insumos y a la variabilidad del precio final de sus productos, aunque ello ocurra en un escenario de precios de commodities agrícolas altos a nivel internacional. A esto se suman las restricciones en la disponibilidad de insumos importados como los fertilizantes o los agroquímicos.

El aumento de los precios internacionales ha redundado en un aumento del valor de nuestras exportaciones agrícolas básicas y de sus productos procesados que se encuentra en torno de un 60% para los ingresos de este año y del año 2021 con respecto al promedio de los tres años anteriores. Sin embargo, las necesidades fiscales crecientes limitan los efectos de estos beneficios de los mercados internacionales a la vez que desalientan la necesaria inversión sectorial. El Estado nacional es socio en este aumento por el ingreso de derechos de exportación y retribuye al productor con un dólar oficial significativamente sobrevaluado y sujeto a expectativas devaluatorias.

A este panorama se suman los problemas climáticos derivados de la persistencia del efecto de la Niña que se repetiría, excepcionalmente, por tercer año consecutivo, prolongando la situación de sequías sobre todo durante la primavera y en la parte Este del país, el NEA, el litoral y el norte de Buenos Aires. Otro efecto climático adverso que mantiene sus consecuencias es la baja del Río Paraná, que obstaculiza el normal desplazamiento fluvial de la cosecha.

En síntesis, en el horizonte de la campaña agrícola que se inicia, el sector mantendrá su contribución al nivel de actividad y a las exportaciones pero, lamentablemente, el escenario de la política económica local llevará a que sus resultados sigan por debajo de su aporte potencial.


Marcela Cristini y Guillermo Bermúdez

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