Perspectiva agroexportadora y políticas en espera

En situaciones críticas como las que enfrenta la Argentina en este último trimestre del año, los actores públicos y privados se focalizan, usualmente, en decisiones de corto plazo. Las pérdidas potenciales por errores de decisión son muy importantes como para descuidarse. En esas ocasiones, en general, las empresas optan por ejercer la opción de postergar las inversiones.  Sin embargo, en la actividad agropecuaria es más difícil separar las decisiones de producción de las de inversión ya que los procesos biológicos asociados involucran plazos largos, que van desde los 6 meses hasta los 2 años en los productos agropecuarios básicos y se contabilizan en varios años en las plantaciones regionales (vid, peras y manzanas, cítricos, etc.). De allí la importancia de tener reglas claras para poder aprovechar los recursos disponibles (tierra, agua, investigación y desarrollo agronómicos, etc.).

La actual crisis macroeconómica está caracterizada, como suele ocurrir en la Argentina, por una severa restricción de divisas. En esos casos, en el corto plazo, es habitual que los gobiernos caigan en la urgencia de maximizar el ingreso de dólares por la vía de los exportables disponibles y de la restricción de las importaciones. Una vez solucionada la crisis, y como parte del programa para el mediano y largo plazo que evite las crisis recurrentes, se debería lograr un aumento permanente de la oferta exportable. Así, se lograría mantener un flujo sin sobresaltos de importaciones y se podría administrar un saldo positivo en el balance comercial para financiar parte de las nuevas inversiones del país. Este resultado sería necesario, al menos, por un período suficiente como para poder volver a operar con normalidad en los mercados financieros internacionales. Estas observaciones, por repetidas, no han dejado de tener vigencia en los últimos cincuenta años. En todos esos años, la producción agropecuaria ha sido parte de la solución potencial, que nunca ha terminado de articularse.

En lo que va del año, el sector agropecuario ha realizado un aporte significativo, sobre todo, teniendo en cuenta el marco de la Pandemia. Así, al cierre de la cosecha del ciclo 19/20, el volumen total estimado fue de 141 millones de toneladas (4% inferior al de la campaña 18/19). En el Gráfico 1 se muestra la evolución del área sembrada y los cultivos, distinguiendo entre cereales y oleaginosos. Desde la campaña 16/17 se ha observado un cambio importante en la composición de la producción: el maíz ha recuperado área sembrada y, en cambio, la soja ha mostrado reducciones.En la campaña que cierra, los volúmenes respectivos fueron de 58,5 millones  de ton. en maíz y 49 millones  de ton. en soja. La mayor difusión del maíz se debe a la mejora genética de las semillas híbridas con adaptación a distintos ambientes que, junto con mayor fertilización, resultó en un aumento de los rindes.

A partir del 1ro. de diciembre comenzará formalmente la nueva campaña 20/21 con la cosecha fina. El trigo es su principal producto y el volumen estimado para la nueva campaña sería de 17,4 millones de toneladas según la estimación del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), estimación semejante a la Bolsa de Cereales de Rosario y un poco mayor que los 16,8 millones de ton. pronosticados por la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Este volumen sería entre 2 y 2,5 millones de toneladas menor a la cosecha del 19/20 debido a las condiciones de sequía que se sufrieron durante la nueva campaña. Las exportaciones 20/21 se estiman en 11,2 millones de ton. (granos y harina de trigo), un 14% por debajo de los volúmenes exportados este año.

Gráfico 1

Fuente: FIEL en base a Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

Según la estimación de la Bolsa de Cereales de Rosario, el trigo disponible que restaría vender asciende a 1,2 millones de toneladas, menos de un cuarto del promedio para mediados de octubre en los últimos cinco años.

Por su parte, las siembras de maíz y soja se prevén semejantes a las de la campaña 19/20, aunque los volúmenes, sobre todo en maíz, podrían ser menores debido a las condiciones climáticas durante la época de siembra. Los meses más relevantes de cosecha se extienden de marzo a junio, cuando puede preverse una mayor entrada de divisas por exportaciones.

Los precios internacionales de productos agrícolas básicos evolucionaron positivamente hasta octubre, debido a factores climáticos en el hemisferio norte que limitarían la oferta. Sin embargo, el rebrote del COVID19 en Europa ha generado, nuevamente, expectativas negativas respecto del futuro nivel de actividad, lo que podría determinar una caída en los precios (Ver Gráfico 2).

También el mercado de carnes ha tenido una evolución positiva, con mayores exportaciones de carnes vacunas y porcinas, con una demanda mayoritariamente originada en China. En los 12 meses que van desde octubre de 2019 a setiembre pasado, las exportaciones de carne vacuna rondaron las 918 mil toneladas equivalente res con hueso. Esto suma un total de ingresos en torno a los USD 3000 millones. El mercado chino representó el 73% del volumen y el  61% de los ingresos de los primeros 9 meses de 2020.  El volumen exportado para 2020 sería un poco superior al del récord del 2019, pero el valor se reduciría en un 10-15% debido a la caída de los precios internacionales.

Gráfico 2

Fuente: FIEL en base a datos Fondo Monetario Internacional.

Para poner en contexto el anterior resultado, conviene recordar que la carne vacuna se destina mayoritariamente al mercado interno (70-80%) y que su precio se determina por la demanda y oferta local. En general, se reconoce que los productos exportados no compiten, o sólo lo hacen marginalmente, con los consumidos internamente. Sin embargo, recientemente se ha observado una caída en el consumo de carne vacuna hasta los 50,3 kg/hab/año desde un volumen de 58,2 kg/hab/año en 2018. Entre 2013 y 2015 se dio una situación similar dentro de una tendencia decreciente de largo plazo del consumo de este tipo de carne. Esta declinación se debe a cambios en los hábitos de consumo y, más recientemente, al desfasaje entre la evolución del precio de la carne vacuna y los salarios reales. El precio de la carne fue impulsado por problemas climáticos y aumentos de costos por desaparición de la demanda de cueros (la industria del cuero pagaba un “recupero” a los frigoríficos que se minimizó a partir de la Pandemia).

Por su parte, el stock ganadero que constituye el “capital instalado” de la ganadería, se ha mantenido relativamente estable luego de recuperarse de un fuerte proceso de liquidación entre 2007 y 2012. Su productividad se mantiene, aunque podría mejorarse significativamente mediante técnicas de manejo y difusión de tecnologías modernas.

 A pesar de la reducción del consumo de carne vacuna, el consumo total de carnes se ha  mantenido estable por el aumento, sobre todo, del consumo de carne aviar. Se estima que en el país se consumen 110-115 kilos de carnes por habitante por año: 50 kilos de carne vacuna, 48 kilos de carne aviar y 16/17 kilos de cerdo.

Por último, las exportaciones del complejo agroindustrial explicaron el 72% del total en los primeros nueve meses del año. Las exportaciones del complejo sojero, incluido el biodiesel, sumaron USD 11489 millones (27,4% de las exportaciones totales). Desde Paraguay se importaron USD 1647 millones de materia prima, dado el crecimiento de la capacidad de molienda en la Argentina. Por lo tanto, el ingreso neto por la soja y sus subproductos fue de USD 9842 millones.

En síntesis, en lo que va del año la producción de alimentos ha continuado a un ritmo prácticamente normal y el sector agroindustrial ha sido el gran productor de divisas para el país.

Mientras esto ocurría, la incipiente sintonía entre el sector y las autoridades se vio alterada por una serie de conflictos. En primer lugar, a principios de octubre, la pérdida de reservas internacionales del Banco Central llevó a una situación crítica en la que el gobierno buscó acelerar las exportaciones agroindustriales. Para ello se otorgaron incentivos por la vía de una reducción transitoria y muy limitada de retenciones a productos básicos (por tres meses) y reposición (permanente) de un diferencial de dos puntos a favor de la industria de la molienda de aceites y subproductos oleaginosos (soja y girasol). La época del año (prácticamente al cierre de la cosecha) y las expectativas de devaluación reflejadas en la alta brecha entre el dólar oficial y el dólar-Bolsa, tornaron la iniciativa en un intento fallido. A la vez, el gobierno prometió poner al día los subsidios a los productores más pequeños que deben pagar retenciones más bajas. Como se anticipó aquí hace unos meses, el mecanismo elegido de cobrar y luego devolver el impuesto nunca funcionó.

Con implicancias aún más graves por los riesgos institucionales que implica, se han registrado incidentes de tomas de tierras suburbanas y agrícolas con distintas modalidades (movimientos sociales con reclamos habitacionales o de acceso a tierras productivas para proyectos comunitarios – Proyecto Artigas-, reclamos de mapuches en el Sur del país, etc.). En todos los episodios, las autoridades intentaron soluciones negociadas con resultados pobres que sembraron dudas sobre el respeto del derecho de propiedad.

A su vez, las negociaciones iniciadas con el Consejo Agroindustrial Argentino (53 entidades gremiales empresarias de la agroindustria), que se había postulado como un canal de comunicación de las cadenas del agro con el Gobierno, no han mostrado aún ningún resultado que permita avanzar en un programa de promoción de las capacidades del sector a mediano plazo.

Por último, algunos pocos pasos positivos se han registrado con la prórroga por cuatro años del Régimen de Regulación y Promoción para la Producción y Uso Sustentables de Biocombustible, que prevé beneficios impositivos para los productores de 54 plantas localizadas en diez provincias argentinas. También se aprobó, condicionalmente, la semilla de trigo híbrida resistente a la sequía (trigo HB4). La condición para su aprobación definitiva para comercialización es la de lograr que Brasil (nuestro principal cliente en trigo con alrededor del 50% de participación) confirme que comprará producción con esta variante genética. El nuevo trigo permite aumentos de rindes, sobre todo en los casos de estrés hídrico, factor muy importante en el contexto de cambio climático. Pese a las ventajas y al reconocimiento de las condiciones de seguridad sanitaria logradas, en algunos eslabones de la cadena de trigo se indicó que se corren riesgos en la comercialización y por eventuales aumentos de costos. Esto se debe a que en el mercado internacional se está limitando la comercialización de productos genéticamente modificados y que en este caso se trata de un producto de importancia directa y simbólica para el consumo humano. El balance de la evidencia de los primeros tres trimestres del año hasta aquí presentada, sugiere que se requerirán más iniciativas de las autoridades para mejorar el clima de inversión sectorial en el corto plazo.

Marcela Cristini

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