China cambia al mundo: ¿otra vez?

En el año 2004, FIEL dedicó su Conferencia Anual al análisis del rol de la República Popular China en el mundo que emergía en el siglo XXI. En ese mundo se consolidaba un proceso iniciado a fines de los 80 y caracterizado por la globalización del comercio, de los flujos financieros y por la distribución de la producción manufacturera internacional a lo largo de cadenas de valor. Esas cadenas tenían sus primeros eslabones en el Este de Asia, principalmente en China, y completaban la terminación de los productos en sucesivos tramos hasta llegar a los mercados, particularmente, a los consumidores occidentales de alto poder adquisitivo. Se aprovechaban así las ventajas de cada país en términos de costos de mano de obra y disponibilidad de recursos con grandes ventajas para el bienestar mundial.

En la década y media que ha transcurrido desde entonces, el mundo enfrentó una crisis financiera internacional de proporciones históricas entre 2008 y 2009 que afectó relativamente menos a las economías emergentes, entre ellas, la de China. Ahora, en 2020 y 2021, ese mismo mundo deberá reponerse de una crisis sanitaria inesperada por sus características de diseminación amplia que, fortuitamente, se inició en China.

En el diagnóstico que se trazó en aquella Conferencia de FIEL de 2004, la complementariedad comercial entre las exportaciones argentinas y las importaciones chinas no era, hasta ese momento, muy alentadora como señal de oportunidades importantes para nuestro país. Pero también se alertaba entonces sobre el cambio de paradigma comercial de China. Ese cambio se iba manifestando en una demanda externa creciente de alimentos y, además, China empezaba a desarrollar un sector servicios de infraestructura que también demandaría componentes externos. A su vez, el país asiático empezaba a operar activamente en la búsqueda de oportunidades de inversión, que eran sostenidas por políticas oficiales de fomento y promoción. Su presencia en América Latina ya era visible en Chile y Brasil.

En la relación de China con los Estados Unidos se señalaba que las crecientes ventas externas de China se dirigían a los mercados de países industriales y, de acuerdo con los análisis internacionales, se diagnosticaba que los bajos costos de mano de obra china habían logrado contener los precios de los principales bienes de consumo en el mercado de los Estados Unidos. Esta era una combinación beneficiosa, ya que se registraba por entonces un muy importante crecimiento del consumo estadounidense, empujado por su propia productividad debido al cambio tecnológico. En ese momento (2004), la hora de un trabajador en los Estados Unidos cotizaba a USD 16 y la de un trabajador chino a USD 0,6.

Desde la oportunidad de ese diagnóstico hasta el presente, China completó el tránsito exitoso hacia una economía en una etapa avanzada de desarrollo. Si no fuera por su colosal tamaño continental y su población, su trayectoria sería asimilable al éxito de los primeros Tigres Asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur). Pero, precisamente, el peso de sus dimensiones ya la convertían a inicios de la década de 2010 en un poder económico y político emergente con capacidad de disputar el liderazgo a los Estados Unidos. Hoy el mundo presencia lo que se anunciaba entonces.

En efecto, hacia 2010, la discusión académica elaboraba sobre dos hipótesis. La primera se inclinaba por la continuidad del ascenso económico de China en un marco de integración económica en el Este Asiático. La integración político-institucional, a la europea, se consideraba menos probable dado el contexto de mucha diversidad en la tradición de cada país y por la influencia de los Estados Unidos que custodiaba sus intereses estratégicos en la región. Una segunda hipótesis, menos optimista, sugería un aumento de las tensiones regionales, con la aparición de conflictos que podrían afectar o, inclusive, involucrar al resto del mundo.

La historia conocida confirma el primer escenario, aún cuando en la última década y hasta el presente se hayan observado fricciones entre los países de la región (conflictos de India y Paquistán, las dos Coreas, India y China en su frontera común o China y Japón en el Mar de China).

En síntesis, el ascenso político de China parece ser una consecuencia inevitable de su éxito en el desarrollo económico combinado con el tamaño de su economía.  Con todo, el camino a recorrer aún es mucho si se compara el ingreso per cápita de China con el de sus referentes en el tope del ranking de los países de economía más grande (ver Cuadro 1).

Fuente: FIEL en base a Base de datos Banco Mundial

Los países seleccionados en el Cuadro 1 muestran una disparidad esperada de comportamientos. Países que ya mostraban una posición adelantada en la década de los 70, como los de la Unión Europea y los Estados Unidos, continúan al tope del ranking de ingresos per cápita (ingresos altos) y los han multiplicado en el curso del tiempo con una dinámica en torno al promedio mundial. Por el contrario, los países en desarrollo exitosos se sumaron al conjunto de los países de altos ingresos, como en el caso de Singapur o República de Corea ya que, en el período de 5 décadas multiplicaron su ingreso entre 60 y 100 veces. China, que inició su proceso de desarrollo un poco después(fines de los 70), ha multiplicado su ingreso 86 veces y se ha sumado a los países de ingresos medios altos. En contraste, los países de América Latina, que eran economías de ingresos medios ya en la década del 60, sólo han multiplicado 13 veces su ingreso per cápita, en línea con el promedio mundial. Es decir, no han avanzado o han avanzado poco en su desarrollo. La Argentina, en contraste, ha perdido posiciones relativas y evolucionó por debajo de América Latina y el mundo, multiplicando su ingreso sólo 7 veces. Nuestro país ejemplifica un caso de fracaso en el proceso de desarrollo.

Entre las tendencias sobre el desarrollo de China que fueron confirmadas por los hechos, como se previó en la reunión de FIEL de 2004, se encuentran el cambio en su patrón importador, que ahora incluye crecientemente a los alimentos, y la presencia de las empresas chinas como inversores internacionales en un muy variado conjunto de negocios (ver Cuadro 2).

El aumento de la participación china en las inversiones internacionales se desarrolló en un período en el que los flujos de inversiones directas mundiales fueron oscilantes, con la aparición de nuevas barreras en los países más avanzados bajo el paraguas de la protección de sectores estratégicos. Otro factor es el de la caída de las tasas de retorno de las nuevas inversiones transfronterizas y el cambio en el perfil de los negocios hacia inversiones en sectores de rápido crecimiento como los de tecnología informática, comunicaciones y servicios empresariales, entre otros.

Por otra parte, las cifras de las inversiones chinas presentan algunas dificultades de evaluación. Las fuentes oficiales no siempre coinciden y también difieren de las fuentes internacionales. Parte de esas inversiones se hacen por vía de empresas con sedes en otros países o desde Hong Kong que actúa como un receptor de inversiones que se dedican, sobre todo, al financiamiento de proyectos internacionales.

En la última década, la presencia china se hizo cada vez más importante en América Latina y el Caribe. Por un lado, China tiene fuertes lazos comerciales que incluyen tratados preferenciales de largo plazo con los países latinoamericanos de la costa del Pacífico. Por otro lado, la importancia de Brasil y la Argentina como productores de alimentos ha convertido a China en uno de los principales socios comerciales del MERCOSUR.

China ha centrado su interés en la adquisición de empresas de industrias extractivas y de la agroindustria, la generación de energía, los servicios básicos (electricidad, gas y agua) y la infraestructura.

Además, desde 2017 el gobierno de China trata de reorientar a sus empresas para que inviertan en proyectos internacionales asociados a su programa “Belt and Road Initiative (BRI)”, más concentrado en proyectos de infraestructura y transporte y ha invitado reiteradamente a los países de América Latina a participar de esa iniciativa (Chile, Panamá, Perú, Uruguay y varios países de América Central ya firmaron contratos dentro del BRI). La globalización llevó a una integración comercial y de inversiones creciente en el mundo, de la que China fue uno de los principales países protagonista. Su éxito en pasar de integrar el “upstream” de las cadenas de valor a colocarse en posiciones de liderazgo y mayor cercanía al consumidor a la vez que fue cambiando su patrón productivo desde la manufactura liviana de los 90 a manufacturas y servicios que compiten con los países de mayor desarrollo en la actualidad. En ese camino, tanto los Estados Unidos como la Unión Europea fueron creando lazos de dependencia del abastecimiento chino en las cadenas de valor y como receptor de sus inversiones directas. En el Gráfico 1 se muestra el resultado del balance comercial de los principales países que comercian con China.


Fuente: FIEL en base a UNCTAD

Más recientemente, aún antes de la emergencia del COVID 19, los países de mayor desarrollo buscaban un desacople paulatino de esa dependencia. La pandemia vino a acelerar los tiempos en ese proceso.La modalidad de ese desacople ha sido muy diferente entre países. Mientras la Unión Europea busca reducir la dependencia, pero aprovechar la vinculación con China, los Estados Unidos (al menos transitoriamente) adscribieron a una estrategia de competencia con China en la que la “guerra comercial” declarada por el Presidente Trump es el capítulo más beligerante. Los países que habitualmente eran aliados de los Estados Unidos en el Pacífico Sur como Japón, Australia o la Unión Europea no buscarían romper lazos con China, sino establecer reglas y limitaciones por proyecto o marco regulatorio. En Japón se aboga por un plan destinado a desengancharse de las cadenas de valor según riesgos evaluables y fundados de cada actividad. Igual accionar se coordinaría para el desarrollo de acciones conjuntas de los países aliados en la OMC.

En el caso de la Argentina, la relación con China ha ido creciendo y modificándose en el tiempo al ritmo del cambio del patrón importador y exportador de China. Desde la década de 2010, la importancia de China como abastecedor del MERCOSUR ha reducido, inclusive, los flujos de manufacturas entre Brasil y la Argentina. Desde entonces, la Argentina mantiene un significativo balance comercial negativo con China que se ha atenuado en los últimos años. Esa atenuación se debe a la mayor compra de productos de la agroindustria por parte de China y a las menores importaciones de todo origen que exhibe la Argentina, producto de sus recesiones periódicas (ver Gráfico 2).


Fuente: FIEL en base a INDEC

En cuanto a las perspectivas futuras, debe notarse que el creciente liderazgo económico de China contrasta, sin embargo, con la baja adhesión hacia su modelo político-social, que ha adquirido en los últimos tiempos un mayor carácter centralizado y uniforme.

En el corto plazo, podría esperarse que un cambio de gobierno en los Estados Unidos en las elecciones presidenciales del próximo noviembre pudiera modificar los modos y favorecer la acción conjunta de países aliados en la relación económica y política con China. Con todo, el trasfondo de las tensiones, basadas en el mayor peso internacional de la economía china, continuará. La competencia será cada vez más visible en el corto plazo. En este episodio de la historia humana, se requerirá que la coordinación política ayude a ordenar el tablero de la competencia económica.

En el mediano plazo, en cambio, la administración de los recursos comunes del mundo podría tornarse en un llamado de atención frente a esta competencia entre países. La cooperación tecnológica podría volverse imprescindible para resolver los desafíos que se presentan con el medioambiente y el agotamiento de los recursos. La elaboración exitosa de las lecciones de la pandemia podría traer nuevas respuestas. En ese escenario podría seguir habiendo competencia entre países, pero también complementación. Algunos analistas sostienen que el lugar para los nacionalismos se reduciría a su mínima expresión dando paso a la consideración cada vez más negativa de estas ideas, como las que hoy tenemos de las diferencias raciales, religiosas o de género, aun cuando se mantengan las fronteras políticas.Si es acertado pensar que el desarrollo chino no ha buscado una hegemonía deliberada y que objetivos más urgentes pueden convocar a soluciones geopolíticas más creativas, los principales países incluido China podrían converger a pesar de su diversidad institucional. Como con las predicciones de 2010, el escenario de beligerancia podría no confirmarse y, en cambio, podría prevalecer un escenario de mayor coordinación y beneficios globales.En ese caso, el futuro podría ser más promisorio de lo esperado.

Marcela Cristini y Guillermo Bermúdez

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